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lunes, octubre 4

Descubrí por qué me desperté llorando. Estaba en el colectivo, escuchando música, pensando en vos. ¿Viste cuando todos los temas de tu celular giran en torno a una persona en particular? Estaba ensimismada en mis pensamientos y un gran agujero en mi pecho empezó a abrirse. Cada vez más grande, se llevaba consigo oleadas de palabras, letras, sonidos, olores. Consumía mis recuerdos, se los tragaba y volvían a salir por el otro extremo de mi cuerpo. Estaba hueca por dentro y soplaba el viento de mis memorias; podía sentir el recuerdo del frío invernal y la calidez de su cuerpo desnudo, el perfume de su pelo. Desgastaba mi interior y caían pedazos mios a los costados, como si estubiera hecha de yeso (porcelana es muy fino). Partes de mi mente trataban de unirse cual rompecabezas con mi corazón, razonaban cuestiones que mis sentimientos no entendían, produciendo cortocircuitos, sacando chispas en el aire. Cuando pude deducir que la humedad de mis mejillas se debía a mi llanto, decidí que era suficiente. Impulsivamente me paré, corrí hasta la puerta del colectivo y me bajé. Mi débil mente pensaba "De acá, son dos cuadras". Quería llegar a casa. Corría mientras seguía llorando, estaba desesperada, cómo si alguien me persiguiera, cómo si se terminara el tiempo y no hubiera vuelta atrás (no la hay, el tiempo gira en un sólo sentido). Giraba en las calles que no conocía y probablemente nunca había pisado. Mis pedazos cayeron abruptamente al suelo, sentimientos y razonamientos harían lo mismo, apagando sus chispas. El viento que atravezaba mi cuerpo y se llevaba mis recuerdos lentamente se convirtió en brisa y luego todo tocó el piso. "Estoy lejos"; concluí.

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